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Hay que sonreír

Buenos Aires: Editorial Américalee, 1966. (Colección Ficciones)

Traducido al inglés y al francés.
Publicado en Argentina, México, Estados Unidos y Francia.
Reeditado dos veces en Argentina y Estados Unidos.
Integra los volúmenes mixtos Trilogía de los bajos fondos y Clara: Thirteen Short Stories and a Novel y la antología The Censors.
Publicado también en CD, con Diseño y armado de Carlos Muslera y Hebe Solves. Buenos Aires: Ediciones La Margarita Digital, 2004.CD-ROM.
Premio del Fondo Nacional de las Artes (1964).
Premio del Instituto Nacional de Cinematografía por el guión basado en el libro, escrito en colaboración con Adolfo García Videla (1967).



Contratapa (edición 2007):

Veía pañuelos morados, amarillos, anaranjados, que aparecían y desaparecían y casi le rozaban la cara. Si al menos ella pudiera saber dónde escondía Alejandro los pañuelos, entonces una noche podría levantarse sin hacer ruido y enroscárselos por el cuerpo desnudo y bailar y girar y acordarse del tiempo en que tenía a todos los hombres del mundo para ella sola. Los pañuelos volaban y se anudaban unos con otros y se volvían a desanudar. Su tacto debía ser como el de las manos de los muchachos muy jóvenes, tímido y acariciante, cálido y huidizo, que pedía mucho más de lo que podía dar. Pero Alejandro hacía desaparecer para siempre pañuelos y caricias quedando él solo de pie en medio de la habitación, muy dueño de sí y de las emociones de Clara.

En los bajos fondos de Buenos Aires, en los arrabales del tango, se desarrolla Hay que sonreír, la primera novela de Luisa Valenzuela publicada en 1966. Los avatares de Clara, conmovedora prostituta que responde a leyes poéticas, prefiguran todo lo que será la novelística de la autora, quien hace de su estética su ética.

Presentaciones destacadas:

Edición francesa, 2014: en el Salón del Libro de París, dedicado a la Literatura Argentina.

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Edición norteamericana, 1976: en Nueva York.

Reedición argentina, 2007: en el espacio Living del Centro Cultural Recoleta, con Guillermo Saavedra y la actriz María Héguiz, junto a la inauguración de una muestra mensual de fotos, tapas de libros, manuscritos y entrevistas de la autora.

Cobertura del diario La Nación (29/07/07): Tarde de profundidad y matices.

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En los medios:

“Me alegró poder hurgar en mis cosas sin sentirme mal”, en Página 12 (26/06/07).

Acompañada por el infortunio, en El Litoral (29/09/07).

Sobre Hay que sonreír, de Luisa Valenzuela. Por Claudia Michel, en La Prensa (01/07/2012).

Hay que sonreír, en Lletra de Dona (2007).

Escritores iberoamericanos se reúnen en Cochabamba, en Los Tiempos (05/08/12).

Hay que sonreír
por Diana Castelar, en Revista Histonium (Enero de 1967).

La imagen de la mujer impulsada por diferentes factores (ambientales, sociales, psicológicos) a ejercer lo que se conoce como la profesión más antigua del mundo, ha sido creada y recreada profusamente en la literatura, con diversa fortuna.

Sin embargo, Luisa Valenzuela logra un enfoque absolutamente inédito del viejo tema. Porque Clara, su protagonista, configura la imagen de una prostituta tímida, tierna, arrastrada una y otra vez por las circunstancias pero que conserva intacta una suerte de pureza original, una condición inaferrable de mujer-niña que le hace soñar con cándidas cañitas voladoras que celebran la Navidad, mientras el cuerpo se entrega sumisamente a los requerimientos del enamorado de turno.

Las rebeldías de la joven son inevitablemente transitorias y a cada una de ellas sucede un largo período de pasividad. Además, sus afanes por cambiar de vida, carentes de verdadera raigambre, son tan esporádicos como estériles.

Cuando llega al matrimonio, lo hace impulsada por el brillo de unas lentejuelas de colores, por el misterio de un supuesto hindú. Pero la realidad la defrauda irremisiblemente. Y oscilando entre su mundo imaginario y el verdadero, entre las exigencias de sus sentidos y los requerimientos de un alma inquieta, esta “Clara cuerpo y cabeza” ve transcurrir la existencia como obnubilada por una suerte de niebla, de la que nunca consigue emerger del todo.
Junto a esta figura central, impulsándola, complementándola, determinándola desfilan personajes incuestionablemente argentinos. Pero también de vigencia universal. Aislados por su incomunicación, absortos en sus problemas, cegados por su egoísmo, ajenos al estremecimiento inevitable de Clara que busca vanamente un sentido a su vida, la final de cuyas rebeldías es cortada de raíz por un fracaso aceptado en el último sometimiento.

Tierno y amargo, profundo y conmovedor, este vívido retrato que es también (más por propia gravitación que por una intención deliberada de la autora), un tenso y contenido alegato, está escrito en un lenguaje directo y espontáneo, en un ininterrumpido fluir que apoya adecuadamente el contenido argumental.

Hay que sonreír
por Noemí Zabala, en Comentario (Abril de 1967).

Luisa Valenzuela parte de una realidad fotográfica y a partir de ella desarrolla los esquemas de esta novela, tierna y amarga, conmovedora por lo que tiene de humano, de sensible esta Clara que antes que personaje de letra de imprenta es una criatura vívida, palpable, entrañable, diaria.

En Hay que sonreír, Clara no sólo es la protagonista sino que su papel resulta excluyente, pues la vida no se muestra ni está vista a través de personajes colaterales (desde el conscripto del primer capítulo hasta el Alejandro del final) porque se diría que lo único positivo en la vida afectuosa de Clara es su gato Asmodeo.

Clara es un ser ingenuo que tiene una visión no muy concreta de sus anhelos. En realidad su candor pareciera ser el único medio de defenderse en un mundo que se le presenta las más de las veces, hostil hasta el exceso. El “oficio” de Clara es una especie de poesía particular porque a ella le sirve como pretexto y no como fin. A través del itinerario desesperanzado y melancólico de una prostituta sin suerte, Luisa Valenzuela desarrolla una trama rica en esencias vitales con una protagonista que “es un ser de carne y hueso, no un retrato. Un documento conmovedor, no una ficha. Un personaje de este mundo, no de la literatura”.

El haber logrado despertar interés por una protagonista de todos los días sin los artificios de algunos seres idealizados no es el mérito menor de Luisa Valenzuela.

Mérito también, y alto el de Luisa Valenzuela, es el de no haberse entrometido con la protagonista, es decir el haber dejado que Clara se manifestara como un ser independiente de la subjetividad de la autora. No es por tanto esta novela una manifestación de propósitos sino el documento de un personaje de todos los días a quien se ha querido relatar con prolijidad minuciosa, y en verdad, la autora, que en esta su primera novela nos da la seguridad de su agudeza novelística, ha recreado una realidad que fácilmente hubiera podido ser el relato de un submundo, en una historia tierna, de un dolor cotidiano, de una prodigiosa sencillez de recursos y que se nos manifiesta como el “currículum” íntimo y tierno de una prostituta que a través de su ingenuidad va a aceptando el mundo hasta casi encauzarlo a través de las imágenes ahítas de ternura con que Luisa Valenzuela ha edificado los sitios y seres de su novela, tan llena de méritos que no es aventurado vaticinarle un lugar destacado en nuestra novelística femenina.

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